Estuve leyendo muchas críticas para/con Teo Gutiérrez por su partida en plena semifinal de Copa Libertadores y me preocupé. Me preocupé por la manera tan estructurada de comprender la vida de esos críticos, por no saber entender y disfrutar la locura linda de personajes tan particulares como Teo, de los cuales pocos quedan en el fútbol, lamentablemente. Me preocupa la equivocada forma –según mi manera de ver las cosas- de analizarlo a él, como si fuese uno más. En este fútbol tan profesional, me parece alucinante que, cada tanto, algún jugador rompa con esa estructura que parece ser inquebrantable. Y me muerdo los labios cuando algunos, en lugar de disfrutarlo como el loco bárbaro que es, se encargan de contarle las costillas esperando que siga las reglas del sistema.
En mi caso, tuve la suerte de poder comprender cómo era él desde el día que pisó River y, partiendo de esa base, disfrutarlo sin andar esperando una conducta acorde a la disciplina del fútbol contemporáneo. Intenté anticiparme a sus formas de manejarse para que no me tomen por sorpresa como a otros. Supe disfrutar todo de él: sus goles, su calidad, sus lujos en puntitas de pie, todo lo que realizó adentro de la cancha; pero sobre todo, su esencia. Esa que lo hace distinto, que lo transofrma en un nene de siete años jugando en el barro de La Chinita, en un loquito incontrolable, un rebelde de otra época, de esos que rompen con la disciplina tan poco romántica de este monótono mundo del fútbol del siglo XXI.
Si cuando el Bambino Veira o el Coco Basile cuentan anécdotas de sus tiempos de jugador en las noches anteriores a los partidos y todos nos reímos (como debe ser), ¿por qué horrorizarnos o desilucionarnos cuando Teo paseaba en jetski, por ejemplo? Reíte de eso, disfrutalo, porque quedan pocos así. Además, para dejar un poco más satisfechos a los moralistas con este texto, quiero recordar cómo llegó Teo a River. Llegó peleándose con todo Cruz Azul para venir a River en pleno año político, en el final del ciclo Passarella y cobrando menos de la mitad de guita que cobraba allá en México. No era todo color de rosas como ahora. Vino a la fuerza, salimos antepenúltimos en ese Torneo Inicial 2013 y se quedó a pelearla, revirtiendo la situación con goles y destellos propios de una calidad privilegiada, los cuales ayudaron y mucho para conseguir ese ansiado título que generó el comienzo de la refundación riverplatense de la mano de Ramón. Y bueno, ni hablar de lo que jugó la segunda mitad del 2014 luego de pasear en jetski y tomarse unas caipiriñas propias de su rebeldía. Lo que la rompio ese semestre, por favor, una barbaridad lo que jugó el testigo de Jehová. Y en partidos decisivos, ¿eh?, como en la vuelta con Boca en la Sudamericana o en las dos finales contra Atlético Nacional. Sin goles en esas dos ocasiones, pero el equipo descansaba en él, además de ser el eje de cada ataque. Y después llegó este año, en el que tal vez no rindió como en el anterior, pero en el que en los dos partidos más importantes del mismo (Boca y Cruzeiro), tuvo actuaciones sobresalientes, sobre todo en la vuelta en Brasil.
Ahora llegó el receso y, fiel a su locura, le pintó irse en vísperas de la gloria, habiendo estado en las difíciles como en aquella eliminación con Lanús por la Sudaméricana, la derrota con Estudiantes de Caseros por Copa Argentina (no jugó, pero integraba el plantel) o el campeonato local de ese mismo semestre que relaté anteriormente. Ante esta decisión, muchos eligieron horrorizarse. En mi caso, en cambio, elijo recordar todo lo bueno que hizo en las jodidas, en las buenas y en las buenísimas. Pero sobre todo elijo reírme y disfrutar, como dije antes, de su esencia, de que no cambió, de que sigue siendo ese colombiano enfermo, rebelde y divertido que fue siempre. Desde mi lugar, siendo una persona que lo máximo que hizo por River fue pagar un abono o la cuota de socio, no me da la verguenza para andar haciendo juicios morales sobre un jugador que fue parte de esta etapa tan importante de reconstrucción del club, y menos todavía si fue uno de los artífices principales dentro de la cancha como lo fue Teo. Y no lo pongo como ídolo ni nada por el estilo, ni cerca, porque le estaría faltando el respeto a nuestra historia, pero tampoco se me cruza por la cabeza mirarlo de reojo. Lo voy a mirar sonriendo y disfrutando cada locura suya hasta el final de su carrera, y le voy a agradecer por haber puesto a River por encima de esa locura. Porque en estos dos años de su estadía en el club, tal vez tuvo alguna que otra discución con algún compañero, pero nada ajeno a la normalidad de un equipo de fútbol. Se portó como un señor.
En fin, algunos prefirán quedarse con el rencor de que se haya ido en un momento lindísimo del club, y otros eligirán acordarse que vino en épocas jodidas y que ayudó y mucho a que vivamos este momento. En mi caso, elijo tener memoria y ser agradecido.
Así que nada, gracias para siempre y ojalá algún día te den ganas de volver, como aquella vez que decidiste venir a la fuerza por el deseo de jugar en el club de tus amores, con el riesgo de quedar colgado en tierras mexicanas. Voy a extrañar mucho esos bailecitos en los festejos, demasiado. Me supiste conquistar, colombiano. Seguí haciendo quilombo en cada lugar que te toque ir. Que tu esencia no muera nunca.
Carta de Manuel Trajtenberg para Teófilo Gutiérrez
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