
Marcelo Gallardo cumple 365 días al mando del primer equipo de River. El Muñeco se sigue armando como entrenador, mientras se acostumbra a festejar y le devuelve al Millonario su estilo histórico.
A mediados de 2014 River era el campeón del fútbol argentino, pero el alejamiento de Ramón planteaba muchas dudas de cara al futuro. Hoy, un año después, podemos decir que Marcelo Gallardo desembarcó en Núñez con un vendaval de fútbol y logros deportivos. Aquel jugador exquisito trasladó todo su talento del otro lado de la línea de cal.
Podríamos hacer hincapié en los números y recordar que dirigió al Millonario en 58 oportunidades, con 33 victorias, 19 empates y solo 6 derrotas. Imposible no remarcar los títulos obtenidos en tan poco tiempo: Copa y Recopa Sudamericana. Mientras tanto, hoy nos encontramos en una semifinal de Copa Libertadores. Todo eso sin perder de vista que, en apenas unos meses, el Muñeco se las ingenió para dejar afuera dos veces al rival de toda la vida.
Se puede seguir hablando de estadísticas aplastantes o de increíbles rachas adversas que dejaron de existir. También de un invicto histórico o de jugadores que encontraron su mejor versión. Pero, sepan disculpar, hoy pondremos el foco en un entrenador que nos llenó el alma.
Gallardo llegó a River como un soplo de aire fresco, aportando lujo y desparpajo a un fútbol estancado como el argentino. Logró que los hinchas se reencontraran con el fútbol que les contaban sus antepasados. Hizo que propios y extraños saltaran de su asiento para aplaudir más fuerte.
El Muñeco armó un grupo de trabajo increíble y moldeó un plantel humilde y trabajador, donde lo humano siempre está por encima de todo. Nos regaló un fútbol de alto vuelo, pensado desde la planificación y el laburo constante. Aportó coherencia y tranquilidad con cada palabra, mientras que actuó con altura en cada situación apremiante.
Y vaya si nos dio alegrías... Aún en un momento devastador de su vida, se apoyó en el mundo River para renacer del dolor y tomar impulso. Y logró, quizás, lo más difícil de todo: una comunión entre el equipo y su gente, con una fuerte y mutua identificación.
Así como nuestros abuelos nos hablan de La Máquina, o nuestros padres del equipo campeón del '86, es probable que dentro de unos años a nosotros nos toque recordar al River de Gallardo. Gracias, Muñeco, por devolvernos nuestra más pura esencia. ¡Vamos por más!
Macarena Álvarez Kelly
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