Naciste a finales de los 80 o mucho después. Seguramente, te
deslumbraron muchos jugadores. Tuviste muchos ídolos. Habrás discutido con tus
amigos, compañeros, familiares o extraños sobre qué jugador era mejor. A mí, me
pasó lo mismo.
Me encantaba buscar las cualidades de cada jugador que
entraba al campo. Los miraba, analizaba y sacaba a relucir mis deducciones
frente a mis amigos. Me pasaba horas frente al televisor y miraba los programas
de fútbol en donde te repetían las jugadas.
Ya era de River incluso antes de nacer. Como a casi todos,
la camiseta ya estaba en mi cuna. Mi viejo, cuando se enteró que iba a tener un
varón, salió corriendo a comprar una casaca de tamaño “tierno”. A los 14 años, mis criterios futbolísticos ya
eran una enfermedad. Para mis amigos, mi opinión era sagrada.
Un día, el paradigma que tenía sobre el fútbol cambió.
Miraba un partido y le dije a mi viejo: “papá, ¿viste que bien juega ese? Es
muy bueno”. Él me miró disgustado y soltó una frase que me marcaría para toda
la vida: “¿Bueno?, Bueno era el Beto nene”. Todas las cosas que yo creía saber,
se cayeron en seis palabras.
Alonso, es y será por siempre, el ídolo de mi viejo. Seguro,
también del tuyo o el de tu abuelo. Ese día, decidí averiguar quién era ese al
que mi viejo idolatraba tanto. Antes de
hablar con mi padre, preferí recurrir a otras fuentes.
Me contaron sobre las dos manchas naranjas en la red de
“ellos”. Me dijeron que el 8 de agosto de 1971, empezó perdiendo pero que
después, ganó todo. Me mostraron que cortó una racha, de 18 años, en los que no
pasaba nada. En el 75 ganó el metro y el
nacional.
Afirmaron que hablar del Beto, era hacerlo de River. Me ilustraron anécdotas de su zurda. Dijeron
que hacia tantos goles como pases. Una vez, mareó a Santoro sin tocar la
pelota.
Me encontraba frente
a la historia de un gran jugador. La ilusión de entender el amor que mi viejo
tenía por él, incrementó cuando me enteré que fue campeón del mundo y no solo a
nivel selección. Llevó a la banda hasta lo más alto que un equipo pueda llegar,
la Intercontinental. Mi asombró, no tenia techo. Lamenté y me reproché haber nacido en 1988.
En mi búsqueda, encontré una frase de un periodista de
antaño: “El fútbol es un pibe que juega como Alonso”. Caí y entendí. La figura
de Norberto, no solo representaba lo que mi viejo sentía. Alonso, era un sisma
en la forma de jugar. Él, encerraba en sí mismo, una institución. Hacía que la
gente, quiera ver futbol. Entendía el juego como ninguno. Amaba ganar, sobre
todo si el rival era azul y amarillo.
Hoy tengo 25 años y no me permito decirle a mi viejo: “papá,
¿viste que bien juega ese?”. Mucho menos en un día como hoy, 8 de agosto. Hace
42 años debutaba en River, el ídolo de la generación de mi padre. Comenzaba el
fútbol. A partir de ese día, la forma de calificar a un jugador, tendría una
nueva escala, solo habrá jugadores que juegan bien, porque bueno, BUENO ERA EL
BETO.
Esteban D’Agostino.
@daguitos
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